José María Lillo, profesor de la Facultad, expone ‘El dibujo como naturaleza’ en la Galería On Art Space de Madrid

José María Lillo, profesor de la Facultad, expone, hasta el próximo 24 de junio, ‘El dibujo como naturaleza’ en la Galería On Art Space de Madrid.

Dibujo, decía el poeta Paul Valéry: «No sé de arte alguna que pueda comprometer más inteligencia que el dibujo”. Y ello es cierto en un doble sentido: no solo por las dotes de observación que el dibujo requiere, sino también por la precisión y la minuciosidad que su ejecución exige.

La ubicación del dibujo entre las artes intelectuales es moderna. Tal vez los primeros en reivindicar la primacía del dibujo, en el contexto general de las artes plásticas, fuesen Alberti y Leonardo, ya en el s. XV. Pero fue sobre todo Giorgio Vasari, en sus vidas de artistas, quien estableció esta primacía, con el nombre de artes del «disegno», refiriéndose a la arquitectura, a la escultura y a la pintura. Pues todas ellas necesitan del dibujo.

El trabajo de José María Lillo, catedrático de pintura en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, no solo pone de relieve la inteligencia que el dibujo requiere, sino también aquella primacía de la que disfruta entre las artes plásticas. Sus dos últimas exposiciones, «Pensar un árbol», en el Jardín Botánico de Madrid, y «Opus Nigrum”, en la Fundación Resende de Oporto, además de ser una lección magistral de dibujo a gran formato, constituyen la brillante exposición de una idea. Se trata, para él, de dibujar la vida.

Los dibujos de árboles de Lillo no son los cuadernos de un naturalista, al modo de los cuadernos de dibujos de Humboldt o de Charles Darwin. Ni son apuntes ni están ejecutados al aire libre, en la contemplación directa de su objeto. Son por el contrario dibujos de gran formato, ejecutados a lo largo de muchas sesiones, en la soledad del estudio. Aunque en ellos se observa la generación de la vida en su expansión y en su crecimiento, no son un instrumento al servicio de la biología o de la botánica, sino, de algún modo, retratos de seres vivos.

Aquí parece que se invirtiera la vieja relación entre arte y naturaleza. Pues aquí el dibujo, que se entrega a una minuciosa observación del natural, se nos presenta más bien como la creación de una vida propia. Por eso para Lillo es muy importante prestarles atención a dos aspectos del dibujo. Primero, la escala y el formato. Sus árboles parece que ambicionan el tamaño natural. De ahí las dimensiones descomunales de sus dibujos que quisieran crecer y expandirse tanto como los mismos árboles a los que se refieren. Pero en segundo lugar el artista se demora en la recreación de sus dibujos, consciente de que para hacerse con ellos le hace falta tiempo. De este modo, el largo tiempo de crecimiento de los árboles, los cien, trescientos o quinientos años de su vida, son homenajeados y recreados sobre el papel de algún modo con las cien, trescientas o quinientas horas de trabajo.

Se trata, por tanto, de captar el movimiento, pero acercándose a su propio ritmo de crecimiento. Como en la danza. A propósito de la danza y el dibujo escribe Valéry: «en este género de movimientos el Espacio no es más que el lugar de los actos: no contiene su objeto. Es ahora el Tiempo quien desempeña el papel principal».

Los dibujos de Lillo se expanden amorosamente en el espacio y se toman para su ejecución todo su tiempo. Como esos viejos árboles que retrata, o como la fuerza vital que apenas asoma en forma de pequeñas notas de color, en medio del crecimiento vegetal de su dibujo.

—Miguel Cereceda

José María Lillo nace en Cuenca en noviembre del año 56; nueve años antes de la apertura del Museo de Arte Abstracto de las Casas Colgadas de Cuenca. Participa con 15 años en su primera exposición colectiva donde a Fernando Zóbel le gusta la obra y a partir de ello comienzan una relación de aprendizaje y amistad hasta su fallecimiento. Convive y crea lazos de amistad con Gustavo Tornér, Gerardo Rueda, José Guerrero y un largo número de artistas de la abstracción española.

Desde 1980 en que realiza su primera exposición individual en la Galería EGAM de Madrid, por la que fue seleccionado para participar en el “Primer Salón de los 16” en el Museo de Arte Contemporáneo Español y en “Preliminar”, exposición que recorrió varias ciudades españolas y fue un fallido intento de recuperar las exposiciones nacionales, hasta hoy no ha parado de exponer regularmente su obra, principalmente en España y en Estados Unidos.

Es catedrático de Pintura en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, de la que ha sido Decano y Director del Departamento de Arte de la UCLM en la actualidad.

Su obra está representada en colecciones y museos entre los que se encuentran el Museo de Arte Abstracto Español de las Casas Colgadas de Cuenca, la Fundación Juan March, Colección La Caixa, Fundación Antonio Pérez, el Museo de Santa Cruz, Museo de la Universidad de LA California y un buen número de colecciones privadas.

Han escrito textos sobre su obra autores tan prestigiosos como Ángel González, Juan Manuel Bonet, Fernando Huici, José Ramón Danvila, Miguel Logroño, Mercedes Lazo, Santos Amestoy, A. M. Campoy, Tomás Paredes, Francisco Calvo Serraler, Javier Rubio, entre otros muchos.

Fuente: On Art Space